Tres
frontera principales conectan a Ecuador y Perú, la más oriental es
la menos transitada, la más difícil y la que nos lleva a la región
amazónica de Perú. Desde Loja o Vilcabamba, como es mi caso, se
puede acceder a esta frontera vía Zumba y La Balsa. Tras un primer
tramo de pavimento aceptable, el asfalto desaparece y se inicia una
aventura interminable de barro, arroyos, laderas amenazantes que los
conductores de autobús vienen asumiendo desde siempre. Los
ecuatorianos y foráneos no merecen ese tormento, y menos en un
entorno natural tan privilegiado. Maravilloso paisaje que se
disfruta con el esfínter cerrado y el aliento contenido.
Carretera a Zumba. Sur de Ecuador
Carretera a Zumba. Sur de Ecuador
Desde
Vilcabamba son 4 horas y media de suspense. Y lo peor está aún por
llegar. Si has madrugado, puedes estar en Zumba a las 10,30 horas.
Las opciones que tienes son dos: esperar a que la chiva (autobús
adaptado) salga a las 14,30 h. o buscar aliados para compartir un
pickup. En este último caso y durante una hora y cuarto el vehículo
trepará, saltará y sufrirá un camino aún peor si cabe que el
anterior. Vivos pero con el estómago hecho un guiñapo, por fin
estamos en la frontera de la Balsa. Han pasado 6 horas desde que nos
montamos en el primer autobús en Vilcabamba.
Chiva. Terminal de autobuses de Zumba. Ecuador.
Los trámites
fronterizos son sencillos y rápidos. El guardia ecuatoriano se
ofrece incluso a disparar nuestra cámara de fotos. Es aconsejable
hacer en este momento el cambio de moneda. En Perú el euro es
aceptado pero no cae simpático, al menos en esta zona, prefieren el dólar y ofrecen unos
tipos muy bajos, no más de 3,2 soles por euro cuando la cotización
oficial es de 3,7. Saquen sus propias conclusiones.
Al
lado peruano de la frontera se pasa andando por un puente de 60
metros de longitud. De nuevo se rellena una ficha con los datos
personales y te sellan el pasaporte.
Frontera de la Balsa. Ecuador-Perú
Nos despedimos de Ecuador con agradecimiento por el trato correcto recibido, con el recuerdo de las víctimas del terremoto y la mente llena de imágenes fantásticas, de naturaleza y del olor de las comidas. Ecuador es el país que nos dejó por primera vez sin sombra, la estrella polar desapareció y un cielo nunca visto nos enseñó la Cruz del Sur.
Ya en territorio peruano la condiciones mejoraron sensiblemente. Entramos en un territorio cafetero. Los agricultores y sus familias extienden sobre la misma carretera sábanas y plásticos para solear y secar los granos recolectados. Sólo nos queda sortearlos mientras avanzamos.
La
mejor opción aquí para continuar viaje es seguir con tus aliados
para, juntos tomar un taxi compartido que te llevará hasta la
localidad de S. Ignacio (15 soles por persona) por una carretera, eso
sí, que está bien asfaltada. Son las 15,00 horas, parada para comer.
Desde este punto hasta la terminal de furgonetas hay que tomar un
mototaxi. De nuevo aquí hay que armarse de paciencia porque los
taxis compartidos y las furgonetas no salen hasta que no completan su
aforo. La carretera hasta Jaén cae en picado. Una cuesta abajo de
más de 140 kilómetros acompañados por un bosque de cataguas y por
el curso del Chinchipe, tributario del Marañón. Estamos en la
cuenca amazónica. Aquí las aguas no corren hacia el Pacífico, van
a desaguar al Amazonas. A derecha e izquierda se suceden bosques de
ladera y aparecen arrozales en bancales, cocoteros, algunos cafetales
y, en general, un campo donde la actuación humana se refleja en la
parcelación y la modificación del medio natural para provecho
humano.
Río Chinchipe
Campos de arroz junto a la carretera S. Ignacio-Jaén. Perú
La
Llegada a Jaén se hace a las 19,00 horas. Es esta una ciudad que
según los comentarios que hemos oído no dejan en buen lugar. Parece
que la convivencia no ofrece buenos índices de seguridad ciudadana.
Dada la hora, sin embargo, y después de 13 horas de viaje parece
razonable pernoctar aquí y continuar nuestro viaje al día
siguiente, sin embargo, se presentó la ocasión de proseguir con
otras personas que seguían nuestra misma ruta. Aceptamos el envite y
decidimos proseguir hasta Bagua Grande y nada más apearnos,
aparecieron nuevas ofertas para, finalmente, viajar a Chachapoyas.
Son dos horas más de viaje que pronto quedaría truncado por el
derrumbe de la ladera de la carretera. Los responsables decidieron
que hasta por la mañana no se iniciaría los trabajos de limpieza y
metidos en una cola de vehículos a ambos lados del siniestro, nos
tocó pasar la noche en el taxi. El Utcubamba, otro afluente del
Marañón al que tributa en sentido contrario al Chinchipe nos cantó
en voz alta toda la noche. Las primeras luces del alba iluminaron un
espectáculo de miles de toneladas de barro, lodo y rocas del tamaño
de un coche que habían rodado ladera abajo animadas por la lluvia.
Deslizamiento de la ladera junto al Utcubamba en la carretera Bagua Grande- Chachapoyas
La
máquina puso orden en el desaguisado en una hora y, cuando el
monstruo mecánico se apartó, una lengua de vehículos en ambos
sentidos se decidió a avanzar. Eran las 7 de la mañana. La
carretera desde Bagua Grande no dejó de ascender, íbamos contra
corriente. Una hora después, llegamos a Chachapoyas tras atravesar
un profundo cañón de más de 50 kilómetros de longitud.
No me extraña que hayas tardado con una nueva entrada. Vaya paisajes y vivencias! Cúidate.
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